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La educación sobre el cambio climático como pilar fundamental para reorientar la enseñanza y el aprendizaje frente a la emergencia climática actual parece ampliamente establecida y aceptada ( Tilbury y Mulà, 2009) . Sin embargo, a pesar del amplio acuerdo entre expertos, ciudadanos, educadores y activistas sobre la necesidad de implementarla dentro de un conjunto de estrategias de prevención, mitigación y adaptación (Jickling, 2013) y garantizar una acción estratégica, en lugar de fragmentaria ( Tilbury y Mulà, 2009), parece que hay poco consenso en las esferas pública, política y académica sobre qué prácticas abordar, quién debe llevarlas al aula y cómo afrontarlas para garantizar una Educación Ambiental adecuada y eficaz ( Krasny y DuBois, 2019). En este sentido, no cabe duda de que antes de formar es necesario formarse en la cultura de la igualdad y de la sostenibilidad, y obtener perspectivas estructurales que permitan ofrecer alternativas justas y defendibles frente a políticas desarrollistas. En consecuencia, como primer aspecto podemos destacar la importancia en la formación que tienen que jugar las universidades y la plasmación en sus programaciones de estas necesidades formativas, con el fin de que el futuro educador adquiera ciertos conocimientos interdisciplinares que le permitan criticar la realidad y construir modelos de intervención. Así pues, para que el docente adquiera una práctica profesional coherente desde la comprensión del medio ambiente como un espacio socioambiental, personal o promocional para la comunidad, deberá, por un lado, formarse en las posibilidades de las tecnologías limpias y eficientes y, por otro, dotarlo de herramientas críticas. Una perspectiva que tiene que ser trazada en todos los niveles educativos, con la correspondiente adaptación curricular en el ámbito universitario y preuniversitario e incluso en la formación no reglada que esto implica.
Esta reivindicación evidencia que, aunque existen experiencias enriquecedoras vinculadas a la innovación curricular, siguen siendo muchos los procesos que mantienen perspectivas fragmentada de la realidad, con currículos afines a una Educación Ambiental ajustada a lo disciplinar ( Niño y Romero, 2014). Un desafío familiar a los educadores e investigadores ambientales, cuya realidad se enmarca en un contexto complejo ya que, aunque la educación es el mejor medio para abordar los problemas socioecológicos, esta permanece socavada por fondos insuficientes y currículos sobrecargados y subvalorados (Jensen y Schnack, 2006; Stevenson, 2007; Bieler et al. 2018).
En cualquier caso, más allá de que muchos educadores confunden Educación Ambiental con ecología o viceversa (Toro, 2006), parece evidente que la información supone la condición necesaria para promover y hacer propios valores vinculados a comportamientos sostenibles que permitan interacciones responsables. En este contexto, más allá de las posibilidades y responsabilidad de otros agentes, la Educación Ambiental debe partir de sus fines para dirigirse a la apropiación y generación de conocimientos, al desarrollo de hábitos, habilidades y capacidades, y a la formación de valores que propicien cambios de pensamiento, de sentimientos y de comportamientos. Se trata de establecer nuevas formas de relación de los seres humanos con la naturaleza, de estos entre sí y con el resto de la sociedad. Esta formación se constituye en premisa para que la sociedad pueda contribuir a un desarrollo sostenible. Un eje vertebrador desde las asignaturas que abordan la ética, las ciencias sociales y las ciencias naturales, pero también desde otras como pueden ser Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial (IAEE) o Lengua y Literatura . Como eje transversal del conjunto de asignaturas, todo docente deberá conocer la necesidad y la urgencia de adoptar alternativas de decrecimiento y fomentar un verdadero cambio de paradigma económico que sitúe en el centro de la economía la sostenibilidad de la vida. Una vida que valga la pena ser vivida. Si la transversalidad representa un factor de integración de los campos del conocimiento y facilita una comprensión reflexiva, crítica e integral de la realidad, su enfoque en la dimensión ambiental como expresión de la orientación de las relaciones hombre-sociedad- naturaleza revelará la complejidad, unidad y multidimensionalidad del medio ambiente (Roque, 2003). Todo un entresijo ético, conceptual, metodológico y práctico respecto a la forma en que las personas interactúan entre ellas y con la naturaleza y a cómo asumen su vida en el seno de la relación medio ambiente–desarrollo. Para ello, el docente estimulará la cooperación y solidaridad en lugar de la competencia, y generará debates y reflexiones sobre posibles cambios en el paradigma económico capitalista que permitan medir el éxito social e individual con otros indicadores. Se trata de afianzar un cambio en la cultura del consumo que abarque los deseos del consumidor y sus hábitos, con el fin de reformular los sistemas de producción, energéticos y alimentarios en modelos de convivencia más justos. En consecuencia, el docente implementará una “democracia de base”, participativa y autónoma conforme a los siguientes hitos y necesidades:
• La formación de circuitos locales de comercio basados en la proximidad de los productores y consumidores y, en la medida de lo posible, el autoabastecimiento.
• Una mayor libertad individual frente al sistema de consumo dominante vigente.
• La urgencia de utilizar energías renovables y libres como mecanismo eficiente para alcanzar la emancipación de los ciudadanos.
• La concienciación en la acción individual y colectiva, como dos caras de una misma moneda, que hace de la ciudadanía el eje fundamental para una transformación social necesaria que permita combatir los problemas económicos y ecológicos existentes.
La suma de estos postulados fomentará una “ciudadanía verde” en formación y en acción. Una propuesta de interdependencia que invita a romper con el modelo del “yo” frente al “nosotros” (Mérida, 2019) y sustituirlo por uno de complementariedad equitativa que entiende el medio ambiente como patrimonio de la humanidad y, por tanto, elemento esencial de toda persona (Bryant y Bailey, 1997). La responsabilidad comunal demanda una crítica al modelo económico extractivo y, por tanto, una mayor formación en todos los ámbitos de la sociedad. De lo contrario, aunque siga manteniendo la imagen de buen funcionamiento, el capitalismo, como sistema devorador que es, de no menguar su voracidad, acabará por engullirse a sí mismo.
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Mérida Donoso, J. A.(2021) Postulados éticos para una didáctica ecologista en el aula. Frente al escepticismo ecológico, responsabilidad educativa, responsabilidad política. Revista de Educación Ambiental y Sostenibilidad, 3(1),1101. doi:10.25267/Rev_educ_ambient_sostenibilidad.2021.v3.i1.1101