
INTRODUCCIÓN
Un aniversario es justificación suficiente para recordar un evento, reflexionar sobre él y sus circunstancias, y repasar cómo ha influido en el recorrido hecho hasta nuestros días. Y la gran desconocida Declaración de Cocoyoc cumplió 50 años hace unos días, un simbólico 12 de octubre.
Aunque es una notable ignorada, la Declaración de Cocoyoc tiene una valiosa intrahistoria y una monumental influencia en los hechos que se sucedieron a posteriori y que, por su relevancia para el devenir ecológico (e ideológico) y social del planeta y, por ende, para la educación ambiental, merece la pena ser rescatada. El fin de rememorarla no es otro que, en la vorágine de la crisis ecosocial global, recordar la dirección y sentido que marca la brújula hacia sociedades que puedan ser más justas y ecológicamente sostenibles.
Como no hay texto sin contexto, a lo largo de estas líneas repasaremos críticamente el marco socio-histórico en el que se gestó la Declaración, mirando desde su contenido las trayectorias que se construyeron tras ella, con especial atención a sus influjos en el campo educativo.
CONTEXTO

El grave accidente nuclear de Harrisburg (1979) y el desastre químico de Seveso (1976), además de la inquietud ante la posibilidad de un conflicto nuclear generalizado, impulsaron la movilización social contra las amenazas ecosociales (Gutiérrez Bastida, 2011, 2013)[1]. Siguiendo el análisis histórico que realiza Josep Fontana (2017), el cuestionamiento de la posibilidad de un progreso ininterrumpido y generalizado comenzó en la década de los setenta con las previsiones establecidas por el informe del MIT para el Club de Roma (1972) acerca de los límites del crecimiento, y con la llamada crisis del petróleo, en referencia a la crisis de precios de 1973. Significativamente, destaca Fontana (2017: 417)[2], la crisis resultante “vino acompañada del inicio de una contrarrevolución conservadora que consideraba innecesario seguir manteniendo el clima de negociación social que había asegurado el consenso en los treinta años felices que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial”. Como señalaremos más adelante, el clima ideológico, político y social gestado en y por esta contrarrevolución, de fundamentos neoliberales, tendrá mucho que ver con el ostracismo al que se sometió la Declaración de Cocoyoc, o, al menos, los análisis y las propuestas más radicales y estructurales que este documento pretendía impulsar para equilibrar en el desarrollo humano las demandas de equidad, justicia social y sostenibilidad ambiental.
En el campo educativo, las instituciones internacionales impulsan reformas educativas con enfoques políticos e ideológicos que priorizan la innovación metodológica que ofrecen los nuevos avances tecnológicos, otorgando prioridad a lo sistemático, lo objetivo, la eficiencia y el control. Mientras, las élites económicas observan el nicho de negocio que se abre en el campo educativo y ponen sus maquinarias de apropiación y mercantilización en marcha.
Para la Educación Ambiental, la década de 1970 supone un gran impulso en la construcción del campo. En esta etapa destacan hitos de carácter fundacional como la Cumbre de Estocolmo’72, el Seminario de Belgrado’75 y la Conferencia Internacional de EA de Tblisi’77. Son momentos efervescentes, de institucionalización inicial del campo, en el que se produce un rico debate en torno a su definición, objetivos y metodologías. La educación ambiental de principios de los años 70 no se centra únicamente en la presentación de información, sino que busca la difusión de conocimientos sobre el medio que contribuyan a comprender las problemáticas ecosociales asociadas, a generar actitudes positivas hacia el ambiente y a fomentar la acción cívica y el sentido de empoderamiento (Disinger y Monroe, 1994)[3]. Además, si bien la audiencia es a menudo la juventud, se reivindica que la educación ambiental sea para todas y todos: jóvenes y adultos, individuos y colectivos.
En esta década surgen con fuerza los primeros movimientos ecologistas, tanto locales como de carácter internacional. El activismo social de estos grupos, junto a los documentales y películas ambientalistas, las primeras campañas institucionales y la aparición de revistas especializadas, conformaron, con mayor o menor intensidad en función de cada país, un nuevo espectro de posibilidades para favorecer la sensibilización pública sobre diferentes problemáticas ambientales de actualidad en su momento (extinción de ballenas, la protección de especies consideradas emblemáticas, los peligros de la apuesta nuclear, etc.). A la vez, contribuyeron a crear un pensamiento crítico sobre el modelo de vida hegemónico y a difundir propuestas alternativas para redefinir las relaciones entre las sociedades humanas y la biosfera. En esta etapa se crean las primeras asociaciones que agrupan a profesionales de educación ambiental[4].
DOS PERSONAS CLAVE EN ESTE CONTEXTO
a) MAURICE STRONG: la complejidad y evolución de la persona llevada al extremo

Maurice Strong (1929-2015) reúne en su biografía paradojas como la de vivir una infancia entre las penurias extremas de su familia, víctima de la Gran Depresión, circunstancias que lo obligaron a abandonar sus estudios, para llegar a ser un magnate del petróleo y convertirse en referencia mundial en temas de desarrollo y liderar las primeras iniciativas proambientales de la ONU (Strong Foundation, 2020)[5].
Su capacidad de gestión y para las relaciones diplomáticas le llevaron a ser presidente de la petrolera Power Corporation de Canadá y, posteriormente, a ser nombrado director de la Agencia Canadiense para el Desarrollo Internacional. Dados sus contactos de alto nivel, la ONU le invitó a ser el Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972). Posteriormente, ejerció como director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) (1972-1975) y como comisionado de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo (1982-1987), institución responsable del conocido como Informe Brundtland. Asimismo, fue secretario general de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en Río de Janeiro (Strong Foundation, 2020)3.
En su trayectoria pública mostró un estilo aglutinador y conciliador. Por ejemplo, como Secretario General de la Conferencia de Estocolmo, en plena Guerra Fría, incluyó en su equipo a un científico soviético y solicitó a los países en desarrollo del G77 —recelosos de una conferencia que podía poner límites a su anhelo de progreso— que establecieran la agenda de la conferencia. También convenció a la entonces primera ministra de la India y miembro del G77, Indira Gandhi, para inaugurar la conferencia; reclamó la ayuda del Instituto Tecnológico de Massachusetts, uno de cuyos equipos acababa de publicar Los límites del crecimiento; e incorporó al equipo a Barbara Ward, ex editora de asuntos exteriores de The Economist y defensora del medio ambiente, para mitigar las suspicacias de los países desarrollados y neutralizar la influencia de los diplomáticos escépticos de estos países (Masood, 2015)[6]. Strong será quien proponga el término ecodesarrollo.
b) BÁRBARA WARD: de Las naciones ricas y las naciones pobres a Una única Tierra

Otra figura que tuvo un papel muy relevante durante estos años fue la economista y periodista británica Bárbara Ward (1914-1981), católica practicante y laborista de corte socialdemócrata. Sus inquietudes giraron en torno a las deficiencias del desarrollo, a los problemas asociados a la descolonización y a las respuestas ante los emergentes problemas ecosociales.
Al contrario que Strong, Ward nació en el seno de una familia burguesa que le facilitó estudios en diversas universidades europeas, siendo una de las únicas tres mujeres que estudiaron la carrera de Política, Filosofía y Economía, en Oxford, en 1932 (Satterthwaite, 2006)[7].
En 1961 publica su primera obra relevante, The rich nations and the poor nations (Las naciones ricas y las naciones pobres), en la que se esbozan sus principales preocupaciones: el desequilibrio en la distribución de la riqueza a escala planetaria, los fundamentos éticos necesarios para promover que las naciones más ricas ayudasen al desarrollo económico de los países empobrecidos y, finalmente, la estrecha relación entre la producción industrial y la conservación de los recursos naturales y del medio ambiente. Sus trabajos la llevan a convertirse en asesora de los presidentes británicos y estadounidenses de la época.
En 1972, a petición de Maurice Strong y junto al microbiólogo René Dubos —quien posteriormente acuñaría el lema “pensar globalmente, actuar localmente”—, Ward escribe y pública Only One Earth. the care and maintenance of a small planet (Una única Tierra. El cuidado y mantenimiento de un pequeño planeta), informe que sirvió de base para la Conferencia de Estocolmo de 1972.
Este informe identifica como primera urgencia que las naciones ricas acepten una responsabilidad colectiva para aumentar el conocimiento sobre el sistema natural y sobre cómo se ve afectado por las actividades humanas y viceversa. Por otra parte, respecto al tema de la sobrepoblación, el informe defiende que lo que llevaba a reducir el tamaño de las familias y a estabilizar el crecimiento demográfico en las sociedades avanzadas era el aumento del nivel de vida y no la aplicación gubernamental de planes de control de la natalidad, una perspectiva que le permitió reconciliar sus preocupaciones ambientales con sus creencias católicas.
Entiende Ward (1973) que, “de modo sistemático, los países más ricos arrebatan sus recursos a los menos desarrollados” y propone soluciones hablando de “interdependencia”:
Lo que sí sabemos es que, si [las naciones] actúan aisladamente, no elaborarán forzosamente una solución aplicable en escala mundial. La incesante persecución de los intereses nacionales aislados, tanto por los ricos como por los pobres, puede, en una biosfera absolutamente interdependiente, causar desastres mundiales deteriorando irreparablemente el medio. (Ward, 1973).
Bárbara Ward fue la encargada de organizar y dirigir el Simposio de Cocoyoc. Posteriormente, fue presidenta del Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo en Londres y una vehemente activista antinuclear.
CONFERENCIA DE ESTOCOLMO: SURGE EL CONCEPTO DE ECODESARROLLO
En la década de 1950, las poblaciones de peces de muchos lagos escandinavos comienzan a menguar. A principios de los años 60, los estudios científicos relacionan esta mortalidad con la contaminación atmosférica, en especial, con la precipitación de lluvia ácida. Suecia, víctima de este problema provocado por las emisiones de las centrales térmicas de Europa Occidental, vio afectados más de 14.000 lagos, casi una cuarta parte del total —hoy día, 2.200 aún se consideran muertos—. Por este motivo, solicita a la ONU realizar una conferencia sobre medio ambiente al objeto de:
Proporcionar un marco para un examen global dentro de las Naciones Unidas de los problemas del medio humano a fin de llamar la atención de los gobiernos y de la opinión pública sobre la importancia y urgencia de esta cuestión y también de identificar los aspectos de la misma que solo pueden resolverse, o pueden resolverse mejor, mediante la cooperación y el acuerdo internacionales. (Naciones Unidas, 1968)[8]
En los años 70, se toma conciencia de que los conflictos ecológicos no se pueden constreñir a las fronteras de cada estado. Casos como la esterilización de los lagos escandinavos por la contaminación generada en otros países, crean el clima para comenzar a abordar de forma colectiva los problemas ecosociales crecientes, buscando la cooperación entre los distintos gobiernos del planeta. En 1970, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, U Thant, con el apoyo de Olof Palme, presidente de Suecia, nombra secretario general de dicha Conferencia a Maurice Strong.
a) Panel de especialistas de Founex (1971)
Las reuniones preparatorias de la Conferencia de Estocolmo evidenciaron las grandes diferencias en el diagnóstico de los problemas ambientales y en la propuesta de soluciones, fundamentalmente debido a las posiciones e intereses divergentes de los países en vías de desarrollo y los industrializados.
A fin de que la Cumbre no se convirtiera en una batalla Norte-Sur, Strong, con la ayuda de Bárbara Ward, organizó en 1971 un Panel de Expertos sobre Desarrollo y Medio Ambiente, en Founex (Suiza). Este evento reunió a 27 especialistas en el campo del desarrollo o el medio ambiente. La clave era insistir en que la mejor manera de atender las necesidades de los países en desarrollo sería tratar el medio ambiente como una dimensión integral del desarrollo y no como un obstáculo (Strong, 2010)[9].
El Informe de Founex, sin cuestionar el modelo económico vigente ni el reparto de la riqueza, sostiene que, si bien la degradación del medio ambiente en los países industrializados deriva de los patrones de producción y consumo, los problemas ambientales en el resto del mundo eran consecuencia del subdesarrollo y la pobreza. Este diagnóstico exigía integrar las estrategias de desarrollo y medio ambiente e instaba a las naciones ricas a que, en su propio interés, proporcionasen más dinero y asistencia a las naciones más pobres para alcanzar sus objetivos de progreso (Strong Foundation, 2020)3.
El perfil más económico que ambientalista del panel experto hizo que el informe adquiriese un carácter marcadamente normativo. No obstante, consiguió que, desde entonces, las agendas política y económica tengan en cuenta las intersecciones entre la dimensión ecológica y la social. El Informe Founex proporcionó una base intelectual y conceptual para los acuerdos de Estocolmo (Manulak, 2017)[10].
b) Conferencia Internacional sobre el Medio Humano
La apertura de la Conferencia Internacional sobre el Medio Humano, el 5 de junio de 1972 —a partir de entonces, fecha declarada Día Mundial del Medio Ambiente— contó con la participación de 113 estados, 1500 representantes y 600 observadores no gubernamentales. Estuvo marcada por la presencia de China, por primera vez en la historia de la ONU, y por la ausencia del bloque soviético que, pese a participar activamente en las sesiones preparatorias, no aceptó las condiciones de la ONU para estar en la Conferencia, que dejaban fuera a Alemania Oriental.
El fin principal de la cumbre de Estocolmo era establecer un marco para negociar y establecer instrumentos de cooperación en torno a problemáticas ambientales que comenzaban a mostrarse como amenazas para el desarrollo humano. Posiblemente, el mayor logro fue dar a los países empobrecidos la oportunidad de participar en dichos procesos de forma plena e influyente.
Otro aspecto que quedó en evidencia en la capital sueca fue la diferencia entre las ONG más tradicionales, de orientación naturalista y conservacionista, y las ONG de nuevo cuño, de carácter más ecosocial y militante, que integraban un modelo de desarrollo basado exclusivamente en una industrialización que no solo degradaba el medio ambiente, sino que también descuidaba los aspectos humanos del desarrollo (alimentación, salud, educación, etc.). Estas organizaciones emergentes pasarían a tener cada vez más protagonismo en el debate ambiental y las brechas entre las distintas corrientes irán aumentando progresivamente.
La Cumbre de Estocolmo sirvió para realizar un primer balance a escala global de los impactos de la actividad humana sobre los sistemas naturales. Supuso también un primer intento de consensuar criterios mínimos comunes para buscar soluciones. Los 26 principios de la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Humano, más que preceptos detallados, recogen las metas generales de una política ambiental global aún por construir. Respecto a una Educación Ambiental que estaba dando sus pasos iniciales, el Principio 19 afirma que:
Es indispensable una labor de educación en cuestiones ambientales, dirigida tanto a las generaciones jóvenes como a los adultos y que preste la debida atención al sector de población menos privilegiado, para ensanchar las bases de una opinión pública bien informada y de una conducta de los individuos, de las empresas y de las colectividades inspiradas en el sentido de su responsabilidad en cuanto a la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana.
Una consecuencia de la Conferencia de Estocolmo fue el aumento del interés público por las cuestiones ambientales en todo el mundo. También supuso el incremento de la actividad jurídico-normativa relacionada con la gestión del medio ambiente a nivel nacional e internacional.
Será en el entorno de esta Conferencia donde surja el concepto de ecodesarrollo. Según Ignacy Sachs (1978)[11]:
Fue acuñado por Maurice Strong en 1972 y circuló por los pasillos de la Conferencia de Estocolmo; inmediatamente suplantó a eco-eco (una vez por ecología, otra por economía) propuesta por los participantes en uno de los foros oficiales.
Sin embargo, en un principio se le dio una interpretación bastante restrictiva. El ecodesarrollo se consideraba una estrategia de desarrollo basada en el uso juicioso de los recursos locales y los conocimientos campesinos, aplicable a las zonas rurales aisladas del Tercer Mundo. En cierto modo, la existencia de los vestigios de una economía tradicional ecológicamente equilibrada brindaba a estas regiones la oportunidad de no emprender un crecimiento que depredara los recursos y el medio ambiente, de rechazar los modelos procedentes del exterior y más concretamente del Norte (ya fueran capitalistas o socialistas) y de hacerlo mejor.
Pero poco después, en 1974, la Declaración de Cocoyoc formuló una interpretación más amplia y rica del concepto de ecodesarrollo
EL SIMPOSIO DE COCOYOC
En 1973, como consecuencia de las recomendaciones de la Conferencia de Estocolmo, la ONU creó el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). La misión de este programa transversal será la de coordinar e impulsar los esfuerzos de los distintos organismos de la misma ONU para propiciar el cuidado del medio ambiente y mejorar la calidad de vida de todas las sociedades sin poner en riesgo la de futuras generaciones. Entre los objetivos del Pnuma figura el siguiente:
e) Estimular a las comunidades científicas internacionales y otros círculos de especialistas pertinentes a que contribuyan a la adquisición, evaluación e intercambio de conocimientos e información sobre el medio ambiente y, cuando sea apropiado, a los aspectos técnicos de la formulación y ejecución de los programas relativos al medio ambiente dentro del sistema de Naciones Unidas.
En virtud de este fin, el Pnuma y la Unctad (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, por sus siglas en inglés) organizaron un simposio de personas expertas para reflexionar sobre las interacciones entre desarrollo y medio ambiente, también conocido posteriormente como Founex II. Este evento se celebró en Cocoyoc (del nahual, «coyote», México), del 8 al 12 de octubre de 1974 [curiosamente, coincidiendo con el XIII Congreso del PSOE, en Suresnes]. Lo presidió Bárbara Ward y contó con la presencia de 33 representantes de ocho países en vías de desarrollo y de 14 de países desarrollados. Entre ellos estaban M. Strong, como primer director del Pnuma; su sucesor al poco de este evento, Mustafá Tolba; Enrique Iglesias, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal); Gamani Correa, Secretario General de la Unctad; e Ignacy Sachs.
El debate se polarizó rápidamente entre los representantes de los países en vías de desarrollo y el resto, tal y como ya había sucedido en Founex y Estocolmo. Este clima obligó a redactar hasta nueve proyectos de declaración en tres días (Paquot, 1998)[12]. Durante el simposio se identificaron los factores económicos y sociales que conducen al deterioro del medio ambiente, se debatieron estrategias alternativas de desarrollo y para reformular las relaciones económicas internacionales, y se valoraron diferentes problemáticas ambientales, incluida la rémora para el desarrollo que deriva de la existencia de recursos limitados o explotados más allá de su tasa de regeneración natural.
La Declaración final, que hacen suya el Pnuma y la Unctad, supuso un manifiesto contundente y ambicioso a favor de un desarrollo centrado en el ser humano y en sus necesidades, un desarrollo que tenga en cuenta, además, las restricciones ambientales que derivan de habitar en un planeta finito. El texto se extiende en ocho folios y, tras una introducción a modo de reflexión teórica, se atreve a redefinir los conceptos de El propósito del desarrollo, La diversidad del desarrollo y La independencia, para finalizar con Sugerencias para la acción y un (maravilloso) epílogo.

La Declaración de Cocoyoc revela la dificultad de articular la satisfacción de las necesidades humanas en un contexto político y ambiental sometido a grandes presiones. El texto comienza denunciando la falta de avances en temas ligados al desarrollo humano como la reducción de la pobreza y del hambre, la lucha contra el analfabetismo, la mejora de la salud y de la vivienda, a los que se adicionan las problemáticas derivadas de la degradación ambiental y la irracional e injusta distribución de los recursos naturales. A continuación pasa a definir cuáles deben ser las metas del desarrollo (satisfacer las necesidades básicas) y recomienda actuaciones de acuerdo con una gestión económica global basada en un nuevo orden económico internacional y en la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados. Cabe destacar la crítica que se desliza sobre la asociación mecánica entre crecimiento y desarrollo, un posicionamiento que será fundamental en el escaso recorrido que tuvo en documento en el sistema de la ONU (véase el párrafo destacado en negrita en el fragmento de la declaración que se reproduce a continuación).
Declaración de Cocoyoc (extracto)
… la negligencia de la sociedad mundial para proporcionar una vida segura y feliz a toda la Humanidad no es causada por ninguna carencia actual de recursos físicos. El problema no es, hoy sobre todo, de escasez física absoluta, sino de mala distribución y de uso erróneo de los recursos económicos y sociales; las dificultades de la Humanidad se arraigan sobre todo en estructuras económicas y sociales y comportamiento en y entre países.
Nada podría ilustrar mejor que el grado de dependencia del sistema de mercado mundial—que ha venido operando ininterrumpidamente para aumentar la riqueza y el poder de los ricos y mantener la precaria situación de los pobres—no está basado en circunstancias físicas inalterables sino en relaciones políticas que pueden por su propia naturaleza experimentar profundos cambios y transformaciones. En cierto sentido, un nuevo orden económico está ya luchando por nacer y la crisis del antiguo pudiera darle la oportunidad de surgir definitivamente.
Es asimismo cierto que en estos momentos el panorama mundial solo parece ofrecernos confrontaciones, malos entendimientos, amenazas y enojosas disputas. Pero repetimos una vez más que no hay razón para desesperar. La crisis puede suponer también, llegado el momento de la verdad en el que los países empiezan a comprender, que el viejo sistema está en bancarrota y que por eso se necesita buscar el marco de un nuevo orden económico.
La misión de los hombres de Estado en estos momentos consiste, por consiguiente, en tratar de encaminar a todos los pueblos, con todas sus diferencias e intereses, poderes y fortunas, hacia un nuevo sistema para alcanzar los límites internos que permitan cubrir las mínimas necesidades humanas de toda la población mundial sin afectar a los límites externos de los recursos ni al medio ambiente del planeta. Porque estamos convencidos de que ello es, al mismo tiempo, vital y posible, se sugieren aquí algunos cambios en las políticas económicas que tienden al desarrollo equilibrado y a la conservación del planeta y nos parecen los componentes esenciales del nuevo sistema.
1. Objetivos del desarrollo
Nuestra preocupación primordial consiste en definir de nueva cuenta los propósitos globales del desarrollo. No debe tratarse del desarrollo de los objetos, sino del desarrollo del hombre. Los seres humanos tienen como necesidades básicas el alimento, la vivienda, el vestido, la salud y la educación. Cualquier proceso de crecimiento que no lleve a la plena satisfacción de estas necesidades o, peor aún, que obstruya cualquiera de ellas es, en realidad, una parodia de la idea del desarrollo. Todavía nos encontramos en la etapa en que la principal preocupación del desarrollo debe ser alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas para los estratos más pobres (que puede llegar a sumar hasta un 40 por 100 de la población).
El primer objetivo del crecimiento tiene que consistir, pues, en asegurar el mejoramiento de las condiciones de vida de esos grupos. Los procesos de crecimiento que benefician únicamente a las minorías más prósperas y mantienen o aumentan las disparidades entre países, y la situación de sus habitantes dentro de ellos, no puede considerarse «desarrollo». Es explotación. Y ha llegado el momento de iniciar el verdadero tipo de crecimiento económico, es decir, el que permita lograr una mejor distribución de la riqueza y la satisfacción de las necesidades básicas para todos.
(…) todos tenemos la necesidad de redefinir nuestras metas, de nuevas estrategias del desarrollo o de nuevos estilos de vida, incluyendo patrones de consumo más modestos entre los ricos.
Consideramos que los actuales esfuerzos del programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente de diseñar estrategias y de asistir a los proyectos para el desarrollo socioeconómico ecológico sano (ecodesarrollo) en el nivel local y regional constituyen una contribución importante a esta tarea. Se deben crear las condiciones para que la gente aprenda por sí misma, con la práctica, cómo hacer el uso mejor de los recursos específicos del ecosistema en el que viven, cómo diseñar tecnologías apropiadas, cómo organizarse y cómo educarse con este fin.
(Párrafo final)
El camino hacia adelante no reside en la desesperanza del fracaso ni en el optimismo fácil de sucesivas soluciones tecnológicas. Reside en la evaluación cuidadosa y objetiva de los “límites externos”, a través de la búsqueda mancomunada de formas de alcanzar los “límites internos” de los derechos humanos fundamentales, a través de la construcción de estructuras sociales que expresen esos derechos, y por medio de todo el trabajo paciente de diseñar métodos y estilos de desarrollo que conserven y mejoren nuestra herencia planetaria.
Cabe destacar la relevancia de este texto escrito en 1974, cuando en el presente damos por aparentemente novedosas propuestas como el reconocimiento de la existencia de límites planetarios de J. Rockström (Stockholm Resilience Centre) y W. Steffen (Australian National University), o la teoría del dónut de Kate Raworth, entre otras. De hecho, Kate Raworth (2018)[13] reconoce en su ensayo que la delimitación de un espacio justo y seguro como aspiración para el desarrollo humano está basada en el reconocimiento que se hace en la Declaración de Cocoyoc, sugerida por Barbara Ward, de la existencia de límites internos —sociales— y externos—ambientales—.
CONSECUENCIAS
La Declaración de Cocoyoc asumió la audacia de expresar una desconfianza profunda en la capacidad de los mecanismos del libre-mercado capitalista para solucionar los riesgos y los retos que vinculan medio-ambiente y desarrollo. Tal y como se afirma en su introducción:
La experiencia de los últimos treinta años demuestra el hecho de que, de haberse perseguido el crecimiento económico exclusivamente a base del mercado y llevado a efecto por las élites más poderosas, ha tenido los mismos resultados destructivos también en los países en desarrollo, donde el 5 por 100 más rico de la población ha recibido todas las ganancias, mientras el 20 por 100 más pobre se ha ido empobreciendo más cada vez. A nivel local, como a nivel internacional, los males de la pobreza material se han agregado a la falta de participación, de dignidad humana y de cualquier tipo de poder de los menesterosos, retirándoles cualquier posibilidad de determinar su propio destino.
En la sesión final del simposio, el presidente mexicano del momento, Luis Echeverría, utilizó como discurso la reproducción exacta de la declaración. Al día siguiente, todos los periódicos mexicanos lo publicaron en primera página (Paquot, 1998)11.
Un nuevo paradigma, identificado con la etiqueta de ecodesarrollo, aparecía en la escena de la política mundial como alternativa a una crisis bidimensional, la ambiental y la del desarrollo, vinculadas ambas dimensiones en sus causas y sus consecuencias y, sobre todo, en la búsqueda de posibles para superarlas más allá de una ortodoxia económica y social, la capitalista, que se cuestionaba en su capacidad para resolverlas. El concepto de ecodesarrollo se había aplicado, sobre todo, al ámbito rural, con un enfoque local que enfatizaba la tesis humanista de que las personas son el recurso más valioso y que, por lo tanto, debe priorizarse su desarrollo integral y su realización colectiva en condiciones de dignidad. En este sentido, se propone el usufructo de los recursos naturales locales y no imponer estrategias de producción en función de los intereses de un mercado global cuyas externalidades sociales y ambientales negativas se denunciaban. El fin prioritario para el ecodesarrollo es satisfacer las necesidades locales respetando las posibilidades de las futuras generaciones para satisfacer las suyas, cuestionando aquellas prácticas no sostenibles en el tiempo (Gudynas, 2004)[14].
Cocoyoc situó las medidas correctoras para solucionar los problemas ambientales exactamente en el contexto de las demandas para redistribuir justa y equitativamente los recursos naturales y propiciar vidas humanas dignas: gestión local de los recursos, transferencias de capital y conocimientos de los países ricos a los pobres, acceso equitativo a los recursos naturales y equilibrio global en el usufructo de los bienes comunes.
Según I. Sachs (Paquot, 1998)11, la Declaración de Cocoyoc es el documento más radical que nunca se haya elaborado en el seno de las Naciones Unidas. No solo denuncia el subdesarrollo, siguiendo el marco político-ideológico del momento, sino que también denuncia el sobredesarrollo o desarrollo excesivo, vinculando ambas situaciones. Esta visión compleja, evidentemente, se enfrentaba al paradigma económico dominante y a la creencia hegemónica de que los mecanismos del mercado serían suficientes para la transferencia de protección ambiental y de tecnología. Tan es así que el Departamento de Estado de EE. UU., dirigido todavía por Henry Kissinger —dos meses después de la dimisión de Nixon por el escándalo del Watergate—, cuestionó fuertemente las conclusiones y propuestas de la Declaración (Naredo, 1998)[15].

El propio Kissinger (1923-2023) solicitó —y consiguió— que se cambiase la expresión “ecodesarrollo” por la menos comprometedora de sustainable development (“desarrollo sostenido”) (Naredo, 1998), que adoptaba la terminología del economista Walt W. Rostow (1916-2003) cuando hablaba de self sustainable growth (“crecimiento auto-sostenido”) para defender cómo habría de evolucionar la economía de los países subdesarrollados para imitar la trayectoria que había llevado a los países desarrollados occidentales al éxito de su modelo económico11. Según Rostow, el subdesarrollo no sería más que una etapa previa al desarrollo, de tal manera que todos los países, en algún momento de su historia, han sido subdesarrollados:
… es posible clasificar todas las sociedades, teniendo en cuenta sus aspectos económicos, en cinco categorías: sociedad tradicional, precondiciones para el crecimiento, despegue hacia un crecimiento autosostenido, camino hacia la madurez y etapa de alto consumo. Estas etapas no son solo descriptivas; no son una mera forma de generalizar las observaciones de ciertos hechos sobre la secuencia del desarrollo en sociedades modernas, sino que tienen su propia lógica interna y continuidad. Estas etapas constituyen finalmente tanto una teoría sobre el crecimiento económico como una teoría más general (aunque todavía muy parcial) de toda la historia moderna. (Rostow, 1961)[16]
Partiendo de este presupuesto, Rostow sugería que los países “subdesarrollados” debían seguir los pasos dados por los países “desarrollados” para alcanzar el mismo estatus socioeconómico. Algunas iniciativas derivadas de las teorías de Rostow fueron el Plan Marshall para la reconstrucción europea tras la II Guerra Mundial y la Alianza para el Progreso en Latinoamérica, plataforma concebida por J. F. Kennedy para impulsar el desarrollo socioeconómico de Latinoamérica, aprobada por la OEA en 1961.
Las maniobras de la administración de los EE. UU. para cortocircuitar el diagnóstico de la crisis socioecológica que condensaba la Declaración de Cocoyoc, ante la posibilidad de que se convirtiera en germen de un “nuevo” modelo de desarrollo humano, fueron extremadamente eficaces. El término “ecodesarrollo” pasó a ser ignorado tras este simposio. Nunca más volvió a ser utilizado en declaraciones oficiales dentro del sistema de la ONU o a niveles gubernamentales. Asumir, sin más, que el concepto de desarrollo sostenible —derivado del desarrollo autosostenido propuesto por Rostow— es una evolución del concepto de ecodesarrollo, ignora las determinaciones y los intereses de carácter político que cuestionaron al primero y que, en una operación extraordinariamente eficaz de mercadotecnia social, han convertido al concepto de “desarrollo sostenible” en el eje que vertebra la política global de respuesta a la crisis socio-ambiental sin salirse nunca de los márgenes e intereses establecidos por un capitalismo cada vez más globalizado y hegemónico. Después de 50 años seguimos en el mismo escenario. Por eso la Declaración de Cocoyoc, si obviamos el año en el que fue elaborada, puede ser matizada y valorada de muchas formas, pero en ninguna puede ser descalificada como anacrónica.
Sin embargo, la Declaración de Cocoyoc influyó en los principales pensadores ambientales de la época y sirvió como referente, por ejemplo, para la Estrategia Mundial para la conservación del Medio Ambiente, ya que en ella se reconoce necesario implementar las finalidades de las estrategias de desarrollo y de atención al medio ambiente:
El impacto destructor, combinado de aquella mayoría de seres humanos pobres que luchan por subsistir, y de aquella minoría rica que consume la mayor parte de los recursos del globo, está socavando los medios que permitirían a todos los pueblos sobrevivir y florecer. (UICN, WWF, FAO y Unesco, 1980) [17].
El Pnuma y la Fundación Dag Hammarkjold recogieron el desafío de Cocoyoc. La Fundación planteó la necesidad de promover “otro desarrollo”. El Pnuma, más diplomático, evitó el discurso de no-crecimiento y la referencia a la existencia de límites, y utilizó con eficacia el término de nuevo orden económico internacional mientras que evitaba la retórica anti-mercado que podía cortar la contribución económica de algunos países de la OCDE a sus programas. El desarrollo sostenible y el crecimiento sostenible se convirtieron en conceptos intercambiables, aunque el crecimiento focalizado en el PIB no era suficiente para esta organización. Se repiten las aseveraciones sobre la interdependencia del medio ambiente y del desarrollo, la importancia del aligeramiento de la pobreza como primera prioridad y el énfasis en una evaluación cualitativa del crecimiento. Un análisis de los discursos de Mostafa K. Tolba, sucesor de Strong al frente del Pnuma en los años 80, demuestra que muchos de los temas anteriormente citados se acentúan, pero el término ecodesarrollo se sustituye irremediablemente por el de desarrollo sostenible (Bernstein, 2002)[18]. Tolba también intensificó iniciativas del Pnuma, tales como los cálculos de costes y beneficios y las ventajas económicas generales de la protección del medio ambiente. Su primera y más importante premisa para poner el desarrollo sostenible en acción era la convención de que desarrollo económico y la calidad ambiental son interdependientes y que, a largo plazo, serían elementos mutuamente reforzados. Desde esta perspectiva, la gestión racional de los recursos naturales mundiales limitados contribuiría a prevenir la degradación ambiental y a reforzar el desarrollo económico sostenible. Huelga decir que la situación actual de emergencia climática y crisis ecosocial contradice esta tesis. La civilización humana es ahora objetivamente más insostenible que en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado.
La presentación pública de este enfoque del desarrollo en clave de estrategia política correspondió, formalmente, a la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, conocida como la Comisión Brundtland por ser dirigida por Gro Harlem Brundtland (1939-), expresidenta de Noruega. Según Bernstein (2002)17, el canadiense Jim MacNeill (1928-2016), secretario de la Comisión y representante de la OCDE, manejó a su antojo e interés actas, órdenes del día y, sobre todo, los hilos de las discusiones. Cabe recordar que la OCDE había celebrado en 1984, en París, su propia Conferencia de Medio Ambiente y Economía, donde establecieron los fundamentos intelectuales del desarrollo sostenible.
Como anticipamos, la consagración institucional del concepto y la perspectiva del “desarrollo sostenible” como forma de integrar la problemática ambiental en la evolución de la economía global de mercado, a través de la publicación del Informe Brundtland, fue una operación de mercadotecnia política perfectamente orquestada y, vista la prevalencia de este enfoque, de un éxito notable. La comisión de sabios —solo tres mujeres de 22 miembros— realmente estaba pensada para otorgar cierta legitimidad intelectual a la propuesta. Desde entonces, la fecha de referencia para un supuesto cambio de ciclo marcado por la incorporación de la sostenibilidad en tres niveles supuestamente equilibrados —el ambiental, el social y el económico— paso a ser el año 1987. Todos y todas, desde entonces, pasamos a manejar con una convicción no exenta de inconsistencias y contradicciones, el imperativo del desarrollo sostenible como guía para un devenir que prometía ajustar las ansias de un progreso humano digno y universal a los márgenes de habitabilidad de la biosfera. Sin embargo, rastreando los orígenes de este paradigma hemos encontrado que la primera presentación pública del concepto de desarrollo sostenible y de sus “principios” básicos no tuvo lugar en 1987, sino en 1981. La institución que la promovió no fue la UNESCO, el Pnuma o cualquier otra organización filantrópica o científica: fue el Banco Mundial en una conferencia pronunciada en Washington DC en 1981 por el que era su flamante Presidente, Alden W. Clausen (1924-2013) (su presidencia abarcó desde 1981 hasta 1986, coincidiendo con el primer mandato de Ronald Reagan como Presidente de los EE.UU.). Desde nuestro punto de vista, esta es la pieza que muestra el proceso de demolición al que fue sometida la perspectiva del ecodesarrollo para crear una alternativa que se acomodase a la ortodoxia económica del momento, en pleno lanzamiento de la revolución neoliberal que ha dado paso a la consolidación del capitalismo global de mercado que a hora impone su lógica económica y social. Y este proceso no fue desarrollado por una “comisión de sabios” sino en los talleres del Banco Mundial. Clausen, en su discurso, establece que el “imperativo del desarrollo sostenible” debía atenerse a tres premisas.
Primera, que si nuestro objetivo es el desarrollo sostenible, nuestra perspectiva debe ser global; segunda, que el desarrollo humano debe permitir un crecimiento económico continuo, especialmente en el Tercer Mundo, para que sea sostenible; y tercera, que el desarrollo sostenible requiere una atención vigorosa a la gestión de recursos y al medio ambiente. (Clausen, 1981, 2)(traducción de los autores)[19]
Esto es, el dogma del crecimiento debe ser incuestionable como premisa global para el desarrollo humano y la sostenibilidad ambiental, y que es necesario cuidar de la base de recursos naturales para que su erosión no llegue a ser una amenaza para el crecimiento. Además, el discurso establece las bases del nuevo paradigma sobre la famosa tríada: economía, naturaleza y sociedad. Aunque dejando claro el mandato. Aspecto este que se disimula a partir de 1987.

La presentación del Informe Brundtland en 1987 fue la operación de mercadotécnica social y política que situó al desarrollo sostenible en el eje conceptual de los debates ambientalistas y sobre el desarrollo. Esta operación ocultó la trayectoria iniciada en la Conferencia de Estocolmo, en 1972, que vislumbró la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo, cuyas premisas maestras fueron esbozadas en la Declaración de Cocoyoc. El Informe Brundtland amortiguó el potencial crítico y transformador de algunas de estas premisas: principalmente el cuestionamiento del crecimiento como garantía de un desarrollo justo y ambientalmente sostenible, y la consideración de la existencia de límites que, inevitablemente, acotan la posibilidad de un crecimiento indefinido. El concepto de desarrollo sostenible, tan ambiguo como controvertido, se convertirá, sin embargo, en un tótem difícilmente cuestionable a partir de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992: ¿quién podría discordar con un modelo de desarrollo que postula satisfacer las necesidades humanas en el presente sin amenazar la posibilidad de que se puedan cubrir en el futuro? Como se ha destacado reiteradamente desde entonces, una de las principales virtualidades del concepto de desarrollo sostenible es su supuesta capacidad de convergencia, mientras que su gran punto débil es una ambigüedad semántica, seguramente calculada (Sachs, 2002)[21]. El capítulo 36 de la Agenda 21, sobre “Educación, capacitación y toma de conciencia” incorporará el propósito de reorientar la educación hacia el desarrollo sostenible, situando a la Educación Ambiental como un antecedente que es necesario superar[22]. Cabe destacar como en la redacción del capítulo 36 la Educación Ambiental es mencionada exclusivamente como un antecedente histórico ligado a la Conferencia de Tbilisi (1977), transmitiendo la idea de que se trata de un pasado ya superado por el nuevo marco socio-pedagógico emergente, la Educación para el Desarrollo Sostenible. Hay que reconocer, en perspectiva histórica, que la Declaración de Tbilisi y la propuesta de acción que la acompañó está más cerca de la lectura de la crisis socio-ambiental hecha en la Declaración de Cocoyoc que de la realizada en Río 1992.
Para Caride y Meira (2018)[23] “con su formulación [la del desarrollo sostenible] se diluye el trabajo de sensibilización, concienciación y denuncia que venían dinamizando los movimientos sociales proambientales en los últimos decenios”. Además, según Gutiérrez y Pozo (2008)[24], “bien es cierto que nos ha dado la oportunidad para debatir y disputar sobre un terreno de juego común, pero no es menos cierto que nos ha llevado a disfrazar con el mismo traje intereses y visiones históricamente confrontadas”.
LOS PRIMEROS PASOS INSTITUCIONALES DE LA EDUCACIÓN AMBIENTAL
El Pnuma, junto con la División de Enseñanza de las Ciencias y de Enseñanza Técnica y Profesional de Unesco, estableció el Programa Internacional de Educación Ambiental (PIEA). Dentro de dicha División se creó una sección especial, formada por un equipo de profesionales de todas las regiones del mundo y con una amplia diversidad de antecedentes y experiencias en materia de educación y medio ambiente (UNESCO, 1977). La dirección se encargó a W. Stapp, de la Escuela de Recursos Naturales de la Universidad de Michigan en Estados Unidos, a la sazón coordinador del seminario que escribió la primera definición académica de la educación ambiental.
Hasta 1995, el Pnuma y su PIEA actuaron como promotores de la “lista de los reyes godos de la EA”. Bajo sus auspicios se organizaron el Seminario Internacional de Educación Ambiental, en Belgrado (1975), del que emanó el referente histórico de la Carta de Belgrado; la 1ª Conferencia Internacional de Educación Ambiental, en Tbilisi (1977); y la 2ª Conferencia Internacional sobre Educación Ambiental, en Moscú (1987.
González Gaudiano (1999)[25] recuerda que entre finales de 1976 y enero de 1977 se llevaron al cabo reuniones regionales de expertos preparatorias de la Conferencia Intergubernamental de Educación Ambiental celebrada en Tbilisi (antigua URSS, hoy, Georgia) entre el 14 y el 26 de octubre de 1977. La reunión correspondiente a América Latina y el Caribe tuvo lugar en Bogotá, Colombia. En este encuentro se constató la similitud de los problemas de América Latina con los de otras regiones del mundo en desarrollo: brecha creciente entre países ricos y pobres; condiciones extremas de pobreza y riqueza dentro de cada país; desequilibrio entre el crecimiento demográfico acelerado, la disponibilidad de recursos y la distribución de ingresos; conciencia creciente de que bajo el orden económico dominante es imposible alcanzar niveles de desarrollo autónomos y ecológicamente razonables; desigualdades sociales y regionales; sobreexplotación de recursos naturales; urbanización acelerada; contaminación ambiental creciente; falta de conocimientos sobre los ecosistemas y su manejo; carencia de políticas y legislación adecuadas; etc. Así, en Bogotá se afirmó que:
La educación ambiental es un elemento esencial de todo proceso de ecodesarrollo y, como tal, debe proveer a los individuos y comunidades destinatarias, de las bases intelectuales, morales y técnicas, que les permitan percibir, comprender, resolver eficazmente los problemas generados en el proceso de interacción dinámica entre el medio ambiente natural y el creado por el hombre (ya sean sus obras materiales o sus estructuras sociales y culturales). (Teitelbaum, 1978)[26].
En palabras de González Gaudiano y Arias Ortega (2010)[27]:
El PIEA operó hasta 1995, cuando el Pnuma suspendió su contribución a la UNESCO para la operación del mismo, la cual, según informes de funcionarios de este Programa, ascendía a cuatro millones de dólares americanos al año.
El PIEA orientó sus objetivos hacia el diseño y la promoción de contenidos educativos, materiales didácticos y métodos de aprendizaje para este nuevo enfoque educativo. Esto es, inclinado eminentemente hacia la educación escolar y particularmente al nivel básico. Las tareas de promoción se llevaron a cabo a través de varias estrategias, pero principalmente mediante un programa editorial que produjo una serie que publicó treinta títulos que abordaron temas diversos de la educación ambiental para distintos niveles educativos.
LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE APARECE EN ESCENA
Condicionada por los argumentos acumulados desde Kissinger, pasando por el Banco Mundial y el Informe Brundtland, hasta la Cumbre de Río y las presiones del sistema ONU en las reuniones preparatorias a través de la UNESCO, se celebró en 1997 la Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente y Sociedad: Educación y Sensibilización en Materia de Sostenibilidad, en Tesalónica, Grecia, para conmemorar el vigésimo aniversario de la Conferencia y la Declaración de Tbilisi, pero que evitaba ya en su denominación hacer uso del concepto de Educación Ambiental.
En la Conferencia, quienes defendieron la necesidad de impulsar el desarrollo sostenible propusieron una reforma del sistema educativo en su totalidad, es decir, establecer una educación cuyo fin fuera el propio desarrollo sostenible.

El debate de la Conferencia dividió el campo de la educación ambiental entre dos posiciones enfrentadas. Por una parte, quienes defendían la continuidad de una Educación Ambiental alineada con los principios y recomendaciones establecidos en Tbilisi y en Moscú; por otra, quienes acusaban a la Educación Ambiental de haberse autolimitado a un enfoque ecologista o naturalista, obviando las dimensiones económicas y sociales del desarrollo. Para los segundos, la forma de que el campo se adecuase a los requerimientos del momento era su redefinición desde el marco paradigmático del desarrollo sostenible.
Según destacan Orellana, Fauteux y Sauvé (2002) [28] sobre la Declaración de Tesalónica:
Aun reconociendo la pertinencia de las recomendaciones anteriores sobre la educación ambiental (Belgrado, 1975; Tbilisi, 1977; Moscú, 1987) y la importancia de explotarlas más fondo, el Proyecto de declaración de Tesalónica no hace alusión a la EA salvo desde el ángulo de una educación para el medio ambiente y para la viabilidad (artículos 11 y 15). La EA es considerada como una disciplina en la cual se arraiga sólidamente (pág. 31, capítulo III, cláusula 82) la educación para el desarrollo sustentable. Haciendo una suerte de balance de la historia de la EA, los autores del documento parecen restringirla al dominio de las ciencias naturales y concluyen con lo que aparece como un rápido despacho de la EA, la que es reemplazada por la noción más vasta de educación para el desarrollo sustentable (pág. 33). La viabilidad es así presentada como un imperativo y la educación para un futuro viable como la clave que podrá finalmente dar resultados allí donde la EA se ha mostrado insuficiente. El desafío, se dice, es aplicar la Agenda 21 y su capítulo 36. En consecuencia, la educación debe jugar su papel y obrar por un futuro viable.
La referencia explícita a la educación ambiental, como tal, fue intencionalmente excluida de la Declaración de Tesalónica.
Así, la Conferencia supone un importante giro en el campo de la Educación Ambiental, fundamentalmente a nivel institucional. Un giro que ya se había comenzado a dar en Rio 1992, pero que ahora se consolida y acelera. A partir de Tesalónica, el sistema ONU, así como las instituciones económicas mundiales, consideran la perspectiva de la educación para un futuro viable al servicio del desarrollo sostenible y “para” el desarrollo sostenible, en detrimento de la educación ambiental. De esta manera:
La Declaración de Tesalónica (1997) destaca, sobre todo, por su vacuidad y la falta de contenido (solo se une en competencia con la Declaración de Ahmedabad). Echemos un vistazo a cómo “arregla” el boletín Contacto (No. 1, 1998, p. 3), publicado por la Unesco, algunos de los conflictos del campo que, al parecer —lamento no ser testigo presencial— se escenificaron en la ciudad griega. La cita es literal: «Entre los logros más importantes de la conferencia fue el reconocimiento de que la educación no solo es tan importante para lograr la sostenibilidad como lo son la economía, el derecho, la ciencia y la tecnología, sino que también es un requisito previo para todos los demás». Por otra parte, la aparente diferencia entre las dos tendencias en boga, si no son “escuelas” de pensamiento, que plantean que la educación ambiental y la educación para la sostenibilidad son temas diferentes fue resuelta en gran parte. «Estas tendencias que derivaron, eventualmente, de diferentes puntos de vista filosóficos deberían unirse bajo una sola denominación “educación para el medio ambiente y la sostenibilidad”, ya que el contenido de sus mensajes es, de hecho, el mismo, y sus enfoques son más bien complementarios que antagónicos» (la cita es literal, pero el punto resaltado es mío). (Meira, 2009)[29]
En cualquier caso, parece ser que en Tesalónica se buscaron espacios de consenso, ya que se preveían dificultades para la adopción y la aplicación si contestación del concepto de desarrollo sostenible en el campo educativo:
Es difícil saber en qué bases se asentó el acuerdo, pero lo cierto es que en Tesalónica se buscó una «marca» de consenso –la «Educación para el Medioambiente y la Sostenibilidad» (a propuesta de John Smyth y que la UNESCO no respetó)– en un intento por resolver la ruptura que algunos sectores del campo de la Educación Ambiental ya percibían (y que habían presentado también durante el segundo Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental, celebrado seis meses antes), sobre todo en relación con las implicaciones ideológicas y socioeconómicas de la concepción del desarrollo sostenible de corte claramente ambientalista y desarrollista que se estaba imponiendo en el seno de las organizaciones internacionales. De hecho, el documento preparatorio de la Conferencia de Tesalónica (1997) trata de evitar un pronunciamiento claro, utilizando más los conceptos de «sostenibilidad», de «educación y sensibilización para la sostenibilidad» o de «cultura de la sostenibilidad», en un probable intento de desmarcarse de las objeciones ideológicas a su fusión con el concepto de «desarrollo». (Caride y Meira, 2018)[30]
Esta decisión, que comienza a alimentarse desde el cuestionamiento y la marginación de la Declaración de Cocoyoc, hace temblar los cimientos de la educación ambiental y genera una división en el campo:
A partir de este momento conviven la Educación Ambiental y La Educación para el Desarrollo Sostenible, motivo de polémicas aún hoy entre los profesionales. De hecho, en España no se ha aceptado el cambio y la Estrategia española realizada a partir del Capítulo 36 de la Agenda 21 lleva el nombre de Libro Blanco para la Educación Ambiental en España (1998). (Calvo y Gutiérrez, 2007)
Desde Tesalónica, el sistema ONU, a través de UNESCO, ha realizado grandes esfuerzos para desplegar la Educación para el Desarrollo Sostenible por todo el planeta: el Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible, 2005-2014, la publicación post decenio Educación para el desarrollo sostenible: hoja de ruta, o, actualmente, Educación para los Objetivos de Desarrollo Sostenible: objetivos de aprendizaje.
Sin embargo, desde los enfoques más críticos y con una concepción más plural del campo de las respuestas educativas a la crisis socio-ambiental, se sigue utilizando Educación Ambiental (como, por ejemplo, el World Environmental Education Congress-WEEC, “Congreso Mundial de Educación Ambiental”; los Congresos Iberoamericanos de Educación Ambiental o, aun con coletilla, el Plan de Acción de Educación Ambiental para la Sostenibilidad, denominación de la estrategia de EA actual en el Estado español), o ha avanzado hacia un enfoque que integran aspiraciones de justicia social y sostenibilidad ecológica, como la denominada educación ecosocial[31].
CONCLUSIONES
La mirada hacia la Declaración de Cocoyoc en el año de su 50 aniversario permite entender retrospectivamente algunos de los conflictos de identidad que han ido configurando la trayectoria de la Educación Ambiental desde los años setenta del siglo pasado hasta el presente.
Cocoyoc fue un intento de incorporar al diagnóstico de la crisis ambiental que se comenzaba a dimensionar en aquellos años aquellos factores causales de carácter estructural que la vinculaban con el modelo de desarrollo generalizado después de la II Guerra Mundial, tanto en su versión capitalista como en la del denominado socialismo real. La Declaración de Cocoyoc cuestiona el dogma del crecimiento como garantía infalible para garantizar la existencia de vidas humanas dignas en un mundo polarizado en ese tiempo histórico entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas. Aunque sutilmente, el documento que surgió de Cocoyoc cuestiona la capacidad de las formas de producción capitalistas para garantizar, sin ninguna intervención regulatoria, una distribución justa de la riqueza y de los recursos naturales. Y más explícitamente, incorpora a la preocupación sobre el desarrollo humano y sobre cómo impulsarlo la existencia de límites: los que determina nuestra existencia acotada en un hábitat finito (límites externos) y los que establece el imperativo moral de atender con suficiencia y dignidad a las necesidades de todas las personas en todas las sociedades (límites internos).
Estos pronunciamientos eran disruptivos en exceso para los poderes políticos y económicos del momento, sobre todo desde la perspectiva occidental. El rechazo por estos poderes de los postulados principales de la Declaración de Cocoyoc dio lugar a un proceso de construcción, fundamentalmente en los talleres del Banco Mundial, de un marco alternativo que integrase, de alguna forma, la amenaza que suponía para el modelo de desarrollo dominante la problemática ambiental (degradación y escasez de recursos naturales), y el mantenimiento de las premisas del crecimiento como condición sine qua non para el desarrollo y, ante el escenario de crisis ambiental, también como condición sine qua non para la sostenibilidad. De esta maniobra de deconstrucción o reajuste de lo propuesto en Cocoyoc hemos heredado el concepto y el marco del desarrollo sostenible, ahora omnipresente a través de los ODS, y claro, está, también omnipresente en el campo de las respuestas educativas a la crisis socio-ambiental bajo la fórmula de la Educación para el Desarrollo Sostenible.
Que el mundo contemporáneo, con una crisis climática desbocada y una degradación cada vez más acentuada de la biodiversidad, entre otras calamidades ambientales y sociales asociadas al modelo de desarrollo impuesto en el último medio siglo, sea ahora más insostenible que en los años setenta debe llevarnos a reflexionar sobre la necesidad de revalorizar y recuperar algunos de los análisis y propuestas contenidas en la Declaración de Cocoyoc. Cabe lamentar, en todo caso, el tiempo perdido; un tiempo valioso que hace que ahora el desafío sea inmensamente mayor y más complejo que hace cinco décadas.
El campo de la Educación Ambiental no puede ignorar el escenario de colapso o proto-colapso en el que las respuestas educativas ya están operando (o deberían operar). En esta coyuntura, el desarrollo sostenible y la Educación para el Desarrollo Sostenible, deben ser objeto de impugnación. Enfoques como el decrecimiento, la educación ecosocial, las comunidades en transición u otros que identifican en las formas de producción y consumo dominantes las causas profundas de la crisis socio-ambiental, deben ser incorporados, al menos, con la misma legitimidad y con mayor potencial transformador a la praxis de la Educación Ambiental. El crecimiento, tal y como lo ha entendido la economía global de mercado, hegemónica en las últimas décadas, ha de ser descartado como premisa incuestionable, ni para repartir con justicia y equidad generacional e intergeneracional los recursos que podemos generar, ni para aprender a vivir y a convivir entre nosotros y con otros seres vivos, en los límites de este pálido punto azul que habitamos.
[1] Gutiérrez Bastida, J. M. (2011). Sus tenere. Sostenibilidad vs Tecnología y mercado. Bubok.
Gutiérrez Bastida, J. M. (2013). De rerum natura. Hitos para otra historia de la educación ambiental. Bubok.
[2] Fontana, J. (2017). El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914. Crítica.
[3] Disinger, J. y Monroe M. (1994). Defining environmental education: EE toolbox – workshop resource manual. Dubuque, IA: Kendall/Hunt Publishing Company.
[4] La Asociación Norteamericana de Educación Ambiental, NAAEE en su acrónimo en inglés, fue creada en 1971.
[5] Strong Foundation (2020). Maurice Srong: Short Biography. www.mauricestrong.net
[6] Masood, E. (2015). Maurice Strong (1929–2015). Nature 528, 480. https://doi.org/10.1038/528480a
[7] Satterthwaite, D. (2006). Barbara ward and the origins of sustainable development (pp. 1-76). London, UK: International Institute for Environment and Development (IIED).
[8] Naciones Unidas (1968). Resolución 23/2398, de 3 de diciembre de 1968.
[9] Strong, M. (2010). Where on Earth are we going? Vintage Canada.
[10] Manulak, M. W. (2017). Developing world environmental cooperation: the Founex Seminar and the Stockholm Conference. International organizations and environmental protection: conservation and globalization in the twentieth century, 74-102.
[11] Sachs, I. (1978). Ecodéveloppement: une approche de planification. Économie rurale, 124(1), 16-22.
[12] Paquot, T. (1998). Ignacy Sachs. Urbanisme. Université de Paris.
[13] Raworth, K. (2918). Economía rosquilla. Paidós, p. 62.
[14] Gudynas, E. (2003). Ecología, economía y ética del desarrollo sostenible. Centro Latino Americano de Ecología Social.
[15] Naredo, J. M. (1996). Sobre el origen, el uso y el contenido del término sostenible. Documentación social, 102, 129-147.
[16] Rostow W.W. (1961). Las Etapas del Crecimiento Económico. Un Manifiesto No Comunista. Fondo de Cultura Económica de México.
[17] UICN (1980). Estrategia mundial para la conservación. La conservación de los recursos vivos para el logro de u desarrollo sostenido.
[18] Bernstein, S. (2002): The compromise of liberal environmentalism. Columbia University Press. Nueva York (EE.UU.).
[19] La trascripción de la conferencia fue publicada en 1982: Clausen, A.W. Sustainable development: The global imperative. Environmentalist 2, 23–28. https://doi.org/10.1007/BF02600350. La versión original se puede encontrar en la docuteca virtual del Banco Mundial: https://documents1.worldbank.org/curated/en/564981468330339588/pdf/Sustainable-development-the-global-imperative-the-Fairfield-Osborn-memorial-lecture-by-A-W-Clausen-President-of-the-World-Bank.pdf
[20] Ibidem.
[21] Sachs, W. (2002), Equidad en un mundo frágil. Memorándum para la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible. Ediciones Tilde.
[22] Puede verificarse la redacción del capítulo en https://www.miteco.gob.es/es/ceneam/recursos/documentos/c36age21.html#:~:text=De%20la%20Declaraci%C3%B3n%20y%20las%20recomendaciones%20de%20la%20Conferencia%20Intergubernamental.
[23] Caride Gómez, J. A. y Meira Cartea, P. Á. (2018). Del ecologismo como movimiento social a la educación ambiental como construcción histórica. Historia de la educación: Revista interuniversitaria.
[24] Gutiérrez, J. y Pozo, M. T.: «Stultifera Navis: celebración insostenible», en González- Gaudiano, E. (coord.): Educación, medio ambiente y sustentabilidad. México, Siglo XXI Editores-Universidad Autónoma de Nuevo León.
[25] González Gaudiano, E. (1999). Otra lectura a la historia de la educación ambiental en América Latina y el Caribe. Tópicos en educación ambiental, 1(1), 9-26.
[26] Teitelbaum, A. (1978). El papel de la educación ambiental en América Latina. París, Unesco.
[27] González Gaudiano, E., y Árias Ortega, M. Á. (2010). El programa internacional de Educación Ambiental: Institucionalización y hegemonía. Balance y Perspectivas, 57.
[28] Orellana, I., y Fauteux, S. (2002). La educación ambiental a través de los grandes momentos de su historia. L. Sauvé, I. Orellana y M. Sato (comps.), Textos escogidos en educación ambiental de una América a otra, 39-54.
[29] Meira, P. A. (2009). Outra lectura da historia da educación ambiental e algún apuntamento sobre a crise do presente. Ambientalmente Sustentable, 8, 15-43.
[30] Caride y Meira: op. Cit., p. 189.
[31] Assadourian, E., & Mastny, L. (2017). Educación ecosocial: cómo educar frente a la crisis ecológica. Informe Anual del WorldWatch Institute, Educación ecosocial, 25-49.
Gutiérrez Bastida, J. M. (2018). Educatio ambientalis: Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno. Bubok.
González Reyes, L. (2020). Una educación ecosocial. La propuesta de FUHEM. In Ciudadanía global en el siglo XXI: Educar para que otro mundo sea posible (pp. 189-198). Ediciones SM.
Gutiérrez-Bastida, J.M. y De Guzmán-Alonso, J.I. (coords.)(2024). Educación ecosocial a la luz de los siete saberes de Edgar Morin.
– – – – –
Meira Cartea, P. A. y Gutiérrez Bastida, J. M. (2024, 21 de octubre) 50 años de la Declaración de Cocoyoc: fin del ecodesarrollo, nacimiento del desarrollo sostenible. De la educación ambiental hacia la educación para el desarrollo sostenible. Construyendo educación ecosocial.

